Las ciudades tienen grandes encantos, pero te mantienen en una dimensión de superficialidad. La vida en permanente contacto con la naturaleza te devuelve tu esencia de ser cósmico mediante el disfrute del movimiento de una hoja, el volar de una mariposa, la maravilla de un amanecer, en fin, tu despertar, para ejercer tu verdadera estirpe divina.